top of page

Gloria Bermejo se levantaba todos los días temprano. Desayunaba, se duchaba, se vestía y partía hacia su trabajo en una granja ecológica. Allí, junto a su compañero Jorge, abría el gallinero para dejar salir a las aves, les cambiaba el agua de los bebederos, comprobaba los niveles de pienso, recogía los huevos y se aseguraba de que cada una de las gallinas estuviera bien. Este verano han tenido que colgar el cartel de “cerrado”.

Esta mujer emprendedora y su amigo Jorge, a pesar de haber planificado durante mucho tiempo su modelo de negocio y de tener experiencia en el sector, no pudieron imaginar la cantidad de trabajo que suponía ni el gran número de obstáculos a los que se iban a enfrentar.

Además, Gloria se ha desencantado del mundo ecológico al ver que “ni hay un compromiso por parte del consumidor, ni los productores se llevan tan bien entre ellos como quieren aparentar. En este mundo hay mucha teoría que en la práctica no funciona”, explica.

"Después de casi cuatro años hasta que conseguimos los permisos, hemos tenido que cerrar"

La granja que ellos tenían conllevaba aún algún que otro esfuerzo más: “Seguíamos el modelo de biocultura, donde lo importante es la gallina, no la producción. Esto quiere decir que nosotros no íbamos a matar a las aves cuando dejasen de poner huevos, lo que supone más gasto aún”, cuenta. “Cuatro años de planificación para que al final la realidad nos haya dado el golpe”, comenta entristecida.

Igual que le ha ocurrido a Gloria, muchos emprendedores deciden abrir una granja ecológica "con toda la ilusión del mundo, esperando tener un negocio más comprometido con el medio ambiente y con el bienestar animal". Pero se topan con trabas que acaban frustrando ese sueño.

La tragedia de la industria avícola en España

Las granjas industriales lo tienen más fácil: no están obligadas a velar por la salud y el bienestar del animal y por ello, se acaban convirtiendo en un mero medio para conseguir beneficios. También hay casos en los que se sobrepasa el número ideal de animales para que estos vivan sin estrés. En otras ocasiones se les alimenta con piensos especiales para el engorde que pueden llegar a ser perjudiciales para su salud, incluso, se han llegado a utilizar antibióticos y fármacos para engordarlos y hormonarlos para conseguir una mayor producción (de leche, de huevos, etc.). Estas son algunas de las prácticas por las que las industrias intensivas han desmejorado su imagen en los últimos años. Los medios de comunicación han destapado algunos ejemplos extremos que han perjudicado a este tipo de ganadería.

Según la asociación Igualdad Animal, que lleva años luchando por el bienestar de las especies explotadas en la ganadería, “las industrias cárnica, láctea y del huevo son las responsables del mayor maltrato animal de la historia del ser humano”. “La protección legal de la que gozan nuestros perros y gatos no se aplica en granjas y mataderos. En ellos, la ley vigente no consigue reducir el sufrimiento del confinamiento, las enfermedades asociadas a las condiciones de vida extremas o a la crueldad de la utilización de las madres como máquinas de parir”, cuentan.

 

La organización calcula que la ganadería industrial envía al matadero cada año a 60.000 millones de pollos, a 2.800 millones de patos, a 1.300 millones de cerdos y a 517 millones de corderos. En total, un número equivalente a ocho veces el de la población de los seres humanos de todo el planeta. 

Pero no hay que olvidar que ante esta situación hay alternativas, como por ejemplo una mayor concienciación sobre el consumo de carne. En España se consumen 2.170,73 millones de kilos de carne al año (2017) una cifra que ha disminuido un 1,4 por ciento respecto al año anterior, tal y como reflejan los datos del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Pesca. La ganadería intensiva responde a esta alta demanda que con una producción solo ecológica no sería suficiente. Si seguimos las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud de limitar nuestro consumo de carne podríamos acercarnos más a un mundo más ecológico y sostenible.

En España se consumen más de 2.170 millones de carne al año

Una vez tomada la decisión de comer menos carne, las granjas ecológicas como la de Gloria o la de Fernanda Freitas y su familia (Castilla Verde y Río Pradillo), son una buena forma de cuidar el planeta y favorecer a un mercado más cuidadoso con el medio ambiente.

En este reportaje nos sumergiremos en el interior de varias granjas ecológicas que hay en la capital española y sus alrededores. A través de ellas, veremos las condiciones en las que se encuentran los animales, cómo son los establecimientos y conoceremos el trabajo que realizan los ganaderos día a día para sacar sus negocios adelante.

La ecología, una de las alternativas al maltrato animal

Vacas de Castilla Verde

La granja Castilla Verde nace de la fusión de dos granjas ecológicas y biodinámicas, una situada en Tierra de Campos (Frómista, Palencia) y la otra en La Sierra de Guadarrama (Cercedilla, Madrid).

 

Isabel, una de las trabajadoras de esta granja cuenta que trabajan sus tierras siguiendo las directrices de “la agricultura biodinámica”, y que cuentan con “dos certificaciones ecológicas, la del Consejo de Agricultura Ecológica de Castilla y León (CAECyL) y la Demeter (certificación biodinámica).

 

“La agricultura biodinámica nace de la mano del filósofo austriaco Rudolf Steiner en 1842, en Koberwitz”, explica Isabel. “Como toda técnica agrícola ecológica, consiste en elaborar compost, macerados de plantas, abonos verdes, hacer rotaciones de cultivos, etc. Además, este tipo de agricultura propone una técnica de cuidado del suelo para mejorar la fertilidad del mismo a través de preparados que logran aumentar la actividad biológica del suelo, mejorar los nutrientes de los alimentos producidos y aumentar la resistencia de las plantas y animales a las plagas y enfermedades, entre otras muchas ventajas”.

Trabajan con la idea del organismo-granja, que consiste en que "todo lo que necesite la granja, salga de ella misma, estando así en armonía con su hábitat”. “Aquí se trabaja sin químicos dentro de la tierra, es todo un ecosistema en sí mismo”, especifica Isabel.

 

A pesar de tener una filosofía de trabajo comprometida con el medio ambiente, cuando la familia, encabezada por Fernanda y su marido Pablo, asumió la granja lo hicieron con una deuda que aún no han podido abonar en su totalidad. Esto ha provocado que el negocio se haya reducido al territorio local.

 

“Antes llegábamos a Madrid, ahora la venta de productos la hacemos solo por la Sierra de Guadarrama y a las escuelas Waldorf”, explica Isabel, que también afirma que en invierno sólo están ella y los dos dueños, lo que hace imposible llegar a la capital.

El producto estrella que comercializan es el yogur, aunque también tienen harinas, panes y quesos: “Las vacas no son rentables, pero sin ellas esto no tendría sentido. Sólo tenemos once vacas y tres terneros. Para que tuviéramos beneficios tendríamos que vender los productos más caros. De todas formas, también comercializamos otros productos ecológicos no producidos por nosotros”, cuenta la granjera.

Para los dueños el aumento de precio en los productos ecológicos es lógico: la alimentación de las vacas, la electricidad, la mano de obra, “hasta el sello que certifica que se trata de un producto ecológico cuesta dinero y una barbaridad… Una cuota anual, más la cuota por producción…”. 

"El sello 

ecológico cuesta dinero y una barbaridad"

Además, la granjera asegura que si la gente fuese directamente al productor para adquirir cualquier alimento, éste sería más barato, ya que el encarecimiento se produce al utilizar intermediarios su distribución.

La ecología en España y en su capital

España alberga miles de granjas comprometidas con el medio ambiente y el bienestar animal (37.870 según los datos de la Subdirección general de Calidad Diferenciada y Agricultura Ecológica, en su informe estadístico sobre la agricultura ecológica del año 2015). El control y la certificación de la producción agraria ecológica es competencia de las Comunidades Autónomas y se lleva a cabo mayoritariamente por autoridades de control públicas, a través de consejos o comités de agricultura ecológica territoriales; por entidades privadas o combinando ambos sistemas. Por ejemplo, en Castilla - La Mancha se opta por una certificación privada autorizada (el modelo más habitual en Europa), en Madrid el control es público, y en comunidades como Castilla y León o Aragón, el sistema que utilizan es mixto.

El Comité de Agricultura Ecológica de la Comunidad de Madrid (CAEM) es el órgano designado para ejercer como autoridad de control de la producción agraria ecológica. También se encarga de aplicar en la comunidad madrileña el sistema de control establecido por el Reglamento (CEE) nº 834/2007, del Consejo del 28 de junio de 2007, sobre producción y etiquetado de los productos ecológicos.

 

El director del comité, Luis Bayón, explica que esta normativa tiene vigor a nivel europeo y que “siempre ha sido difícil aplicarlo”, ya que hace referencia a un espacio geográfico muy amplio: “No tienen los mismos requerimientos los animales que se crían en las montañas de Austria que los de córdoba”, ejemplifica.

 

A pesar de estas dificultades, tantos las entidades privadas, como los organismos, como el comité deben regirse por este reglamento europeo teniendo en cuenta “las necesidades de espacio, tanto de interior como de exterior, la alimentación y los tratamientos veterinarios”, cuenta Bayón.

Mercado de productos ecológicos

“El régimen de control también está establecido en la normativa. Lo que nosotros hacemos es evaluar cada primeros de año el riesgo de cada productor en base a los parámetros del reglamento. Lo que llamamos evaluación de riesgo. Vemos los incumplimientos de la normativa de los últimos tres años, y en base a eso se hacen más o menos controles al año”, detalla el director del comité que afirma que mínimo todas las explotaciones tienen que pasar al menos un control anual.

Como distintivo para que el consumidor pueda diferenciar en el mercado los productos de la agricultura y la ganadería ecológica, todas las unidades envasadas, además de su propia marca y alguna de las menciones específicas del mercado ecológico, llevan impreso el código de la autoridad y organismo de control o un logo específico, con el nombre y el código del mismo.

 

Todo esto conlleva que la finca o industria donde se ha elaborado el producto está sometida a los controles correspondientes y constituye, a su vez, la única garantía oficial de que el producto cumple las normas establecidas en el Reglamento (CE) 834/2007 (relativo a las condiciones de la producción ecológica).

 

En Madrid, cumplen todos estos requisitos un total de 371 granjas, según el informe estadístico sobre la agricultura ecológica del año 2015 ya citado anteriormente. Estas se dedican al ganado bovino, caprino, ovino y avícola (el ganado porcino ecológico se da en otras comunidades autónomas como Cataluña o Castilla-La Mancha).

bottom of page